Las carreras de gravel son un tipo de prueba diferente dentro del ciclismo. Es una disciplina más nueva, con reglas menos rígidas y, en general, menos exigente.
Quizá esto es lo primero que me atrajo de esta disciplina. Siendo una mujer de color, nunca pensé que me aceptarían en la comunidad ciclista, pero gracias a grupos como RAR (Radical Adventure Riders), me di cuenta de que el gravel aglutina a gente de todos los géneros, complexiones físicas, edades y color de piel, que tan solo desean montar en bici y divertirse.
De joven, practiqué el atletismo y corrí los 400 metros vallas en la Universidad de Iowa State. Nunca pude practicar, por falta de tiempo o dinero, deportes de exterior y nunca me había fijado en el ciclismo. El único tipo de competición que me habían inculcado desde mis años de atletismo era correr lo más rápido que podía y que todos los segundos (y décimas) eran importantes. Debía tener una apariencia determinada, entrenar de un forma muy específica, controlar mi alimentación y nunca dejar de pensar en el atletismo. El trauma y el estrés que experimenté compitiendo al más alto nivel en la universidad volvieron cuando pensé en retomar la competición, por lo que inscribirme en una carrera de ciclismo era un esfuerzo ya de por sí.
Sin embargo, la naturaleza de las carreras de gravel me permitió combatir mi ansiedad. Conocí The Rad Dirt series y lo que me atrajo fue la beca que se ofrecía a los corredores que no tenían medios para competir en un evento como ese, por lo que decidí inscribirme. No tenía mucha experiencia montando en bici, empecé a practicar mountain bike en mayo y compré mi primera bicicleta de gravel en agosto, por lo que, en lugar de buscar un sitio en el podio, me propuse acabar con la idea preconcebida que tenía sobre lo que significaba ser una atleta y competir para divertirme y cruzar la línea de meta.
Como la demanda de bicicletas era tan alta, solo tuve 9 semanas para entrenar después de recibir la bicicleta. Me puse en contacto con varios amigos aficionados al ciclismo y leí varios artículos en internet sobre cómo entrenar para una carrera, aunque seguí las recomendaciones de una forma bastante libre. Mi objetivo principal era acostumbrarme a la bicicleta y familiarizarme con todo lo que me ponía nerviosa: rodar rápido en los descensos, los pedales automáticos y las subidas. Intenté varias veces por semana practicar ascensos, descensos y recorrer distancias más largas. No tenía un plan de entrenamiento específico ni hice ningún tipo de ejercicio. Yo me había propuesto entrenar de forma constante durante 8 ó 9 semanas, pero cuando empecé a entrenar tuve un problema familiar que me lo impidió. Al final, solo pude entrenar seis semanas antes de la carrera, pero lo aproveché al máximo. Probé diferentes tipos de nutrición e hidratación. Me di cuenta de que los masticables y los electrolitos eran muy importantes para mí.
Mis nervios iban aumentando mientras se iba acercando el día de la carrera. Una de las cosas que aprendí cuando practicaba atletismo en la universidad fue que nunca había que cambiar la rutina antes de la carrera, por lo que la noche anterior cené a la hora habitual (pollo) y me fui a la cama un poco antes ya que me tenía que despertar muy pronto. Bebí algo más de agua y una bebida con mezcla de hidratación para estar a tope al día siguiente.
Me desperté cuando empezó a amanecer y un poco antes de que sonara la alarma, y estaba muy nerviosa, pero me recordé a mí misma que mi único objetivo era llegar a la línea de meta y que tenía la capacidad necesaria para conseguirlo. Los 61 kilómetros del recorrido se me hicieron muy largos, pero estaba convencida de que lo conseguiría con la ayuda de la gente que me rodeaba que estaba allí también para disfrutar montando en bici.



“Sigue adelante hasta ver la siguiente señal de madera en el camino…y sigue pedaleando después”.
Una vez empecé a pedalear, mis nervios desaparecieron y solo tuve que seguir pedaleando y disfrutar del entorno. El clima era ideal y me sentí fuerte sobre la bicicleta. Habiendo practicado el esprint durante mis años de atletismo, tuve que enseñar a mi cuerpo a disfrutar de los deportes de resistencia y eso es lo que estuve haciendo prácticamente durante toda la carrera. Había llovido mucho antes de la carrera y muchas secciones del circuito estaban embarradas. Estos factores externos, combinados con la distancia y algunas subidas muy exigentes, me obligaron a esforzarme al máximo. Como es habitual en las competiciones de gravel, en algunos momentos de la carrera me encontré completamente sola, lo cual también supuso un desafío psicológico. Me propuse varias metas para afrontar la carrera, como “sigue pedaleando hasta llegar a la siguiente señal de madera en el camino…y sigue pedaleando”.
Conseguí completar el recorrido y cuando crucé la línea de meta me sentí feliz de haber conseguido mi objetivo. Aprender que podía sacar mi cuerpo de su zona de confort y desafiarme psicológicamente me resultó muy gratificante y, además, pude disfrutar al máximo.
Competir no tiene que darnos miedo. Eso depende de ti. Participar en una carrera no implica subir siempre al podio, pero te ayuda a descubrir sitios nuevos, conocer a gente y disfrutar de un entorno divertido. Así que te animo a que te inscribas en una, dediques algo de tiempo a familiarizarte con la bicicleta, busques la ropa que más cómoda te resulta, lleves contigo la comida y bebida que más te guste, te marques un objetivo y te diviertas.
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